
Silvia Ramos



Silvia cargada con mochilas y bolsas de comida para repartirla a los ancianos afectados por la DANA en Paiporta. Cedida por Silvia Ramos
Unas galletas argentinas que llegaron en una caja de alimentos donados por el voluntariado. Cedida por Silvia Ramos
Silvia (izquierda) junto a sus amigas Tania y Noura en su casa, en una reunión de la red de mujeres migrantes de Paiporta. Mar Juan

Logo de la red Nosotras - Dones migrants Paiporta, cuya presidenta es Silvia.
Silvia llegó a València en 2003 y es vecina de Paiporta desde 2018. Consiguió nacionalizarse tras muchos años residiendo en este país, en el que nació su hija. Expone que tuvo problemas porque en la tercera renovación de su permiso de residencia enfermó, por lo que no pudo presentarse y perdió todos los derechos adquiridos hasta el momento. Tuvo que empezar de nuevo.
Este tipo de experiencias la llevó a crear la red de apoyo entre mujeres migrantes Nosotras - Dones migrants Paiporta para que ninguna tuviese que enfrentarse sola a la integración en un país extraño. Para ella, reunirse con sus compañeras es “vida”. Cuenta que, pese a que al principio se relacionaba más con mujeres latinoamericanas, también ha estrechado lazos con la comunidad árabe y ha generado vínculos de amistad muy fuertes con Noura. Juntas hacen todo tipo de actividades, desde manualidades hasta sesiones de baile. Pero lo que más le gusta es compartir comidas típicas de sus países.
Silvia trabajaba como auxiliar sociosanitaria en una residencia de personas dependientes en València. Tras la DANA, se tuvo que marchar temporalmente a la capital para poder acudir a su puesto de trabajo, que finalmente perdió porque estaba en un contrato de prueba y se lesionó. Según su relato, en el convenio se estipulaba que, si necesitaba una baja laboral, esta no podía ser de larga duración. Pero a las dos semanas y media tuvo un accidente laboral y la empresa decidió negarle la reanudación del contrato. Silvia, que sigue con muletas meses después, siente impotencia por estas condiciones: “Estoy cobrando una miseria de la baja. Estoy muy enfadada”.
Aunque ya han pasado más de cinco meses tras el desastre del temporal, la argentina no ha podido recuperar su rutina y se siente destrozada: “Perdimos una vida”. De su cabeza no sale el recuerdo del silencio que había en su calle el día de la inundación: “Me sorprendió el silencio total. Todo negro. Yo tenía ganas de gritar de la impotencia".
Durante esa semana, las calles quedaron “intransitables”. El barro le llegaba hasta la cintura. En medio de esta emergencia, Silvia sufría por aquellas vecinas de avanzada edad a las que había cuidado o que simplemente conocía por ser del pueblo. Sabía de algunas que vivían solas en fincas contiguas, como Vicenta. Se calzó sus botas y fue a ayudar a la mujer de ochenta años, pero no podía entrar a su calle: “Mis botas eran altas, pero se me metía el barro dentro”. Así que, con la linterna, paró a unos de los patrulleros que conducía un todoterreno y le pidió que la subieran hasta la acera, para poder acceder al piso y llevarle comida.
Los planes de futuro de Silvia son finalizar la rehabilitación y recuperar su salud, encontrar empleo, ayudar a su hija para que acceda a la universidad y organizar más encuentros con sus compañeras: “El hecho de encontrarme con las chicas, de ‘Hola Silvia, buenos días, ¿cómo estás?’ De charlar. Eso te da vida, a mí es lo que me llena”.