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También son vecinas

También son vecinas

La vivienda de Nilka destrozada por el agua en Massanassa

La casa en Massanassa donde trabajaba Nilka, un día después del 29O. El barro alcanzó los tres metros. Imagen cedida por Nilka Baena

Agua con café. Eso es lo que Nilka Baena (Colombia, 1979) pensaba que se había derramado en el suelo de la cocina. Sus ojos veían una mancha marrón. Recuerda que tenía ese pensamiento porque ella bebía café sobre las 18.00 horas, mientras el anciano de 92 años que tenía a su cargo disfrutaba de una película emitida en la televisión. Para Baena era “un día normal de trabajo” hasta que por la ventana visualizó el río de agua que bajaba por una de las calles principales del municipio valenciano de Massanassa. Lo era antes de que la presión del agua reventara la parte de abajo del portón de la casa en la que trabajaba como cuidadora interna desde hacía más de un año.

 

En ese momento entendió que lo que había visto no era su merienda habitual: “Cuando me di la vuelta, ya vi al señor flotando y ya no podíamos abrir las dos puertas por la presión”. En su relato, la progresión del agua, que invadió la planta baja de forma suave, le permitió salvar la vida del anciano en la 'barrancada' asociada a la DANA que azotó la provincia de Valencia el pasado 29 de octubre: “Jamás en la vida lo hubiese dejado solo; si se ahogaba, me ahogaba con él”.

 

En casa de Baena también se encontraba su hija Mariana, de 15 años y recién llegada de su país natal en mayo. La hija tenía alquilada una habitación en la segunda planta, pero aquella tarde había bajado al salón para estudiar con su portátil nuevo. Minutos después quedaría inservible bajo capas de lodo, al igual que toda la documentación de su solicitud de asilo. El agua subió aproximadamente tres metros y cubrió toda la planta baja en menos de veinte minutos. Eran las 18.30 horas, el barranco del Poyo se había desbordado e  inundaba los municipios de Massanassa, Torrent, Picanya, Paiporta, Benetússer, Sedaví y Catarroja.
 

Interior de una casa en Massanassa destrozada por las inundaciones

Muebles y otros enseres destrozados por el agua y el barro. Imagen cedida por Nilka Baena

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Cuando el agua entró a su vivienda, Mariana se asustó y empezó a llorar: “Mami, nos vamos a morir. Te quiero mucho”. Su madre la tranquilizó: “Vamos a salir de esta. Nosotras podemos”. Y así fue. Baena salvó la vida del anciano, la de su hija y la suya propia. Entre las dos, cogieron al hombre mayor, que carecía de movilidad, y, con el agua por la cintura, lo subieron por las escaleras hasta el segundo piso, donde estaban los dormitorios. Una vez allí, lo sentaron en su cama y le cambiaron la ropa. Baena recuerda que la corriente de agua, que continuaba creciendo, se movía en el mismo sentido que ellas y les ayudó a desplazarse con el peso del anciano. Por ello, dice que lo movieron “por pura adrenalina”.

Esta era la tercera vez que Baena salvaba al anciano, que necesitó atención médica cuando sufrió una caída y una insuficiencia cardíaca. Esta ayuda no es innata, sino que ella sabe cómo actuar en estas situaciones porque es auxiliar socio-sanitaria. Aunque en Colombia ya llevaba una década trabajando como docente, tras su llegada a España, y con 46 años, volvió a estudiar un grado de FP. “Quien no estudia es porque no quiere”, reivindica.​

Temerosas de que también se inundase el segundo piso, Nilka y Mariana prepararon la subida al altillo de la casa, cuyos rincones quedaban cada vez más oscuros porque se había ido la luz. Mientras, fuera, en la calle, solo se escuchaban los pitidos de los coches chocando entre ellos y envueltos en “un maremoto”. Refugiadas en su compañía, hicieron frente a esa noche con un colchón, agua embotellada y comida enlatada.

 


 

Una calle de Paiporta anegada por el agua y el barro

Un río de lodo anegaba las casas de la calle Colón de Paiporta el 29O, a las 22.00 horas. Imagen cedida por Silvia Ramos

 

Durante las siguientes jornadas y mientras había luz natural, Baena recorrió el municipio sola y descalza, pues había perdido sus zapatos en la inundación, en busca de comida, agua, medicamentos y ropa. También había limpiado la casa y contactado técnicos para reparar los muebles y la electricidad. Tres días después, el anciano fue ingresado en un hospital por falta de oxígeno y trasladado, posteriormente, a una residencia.

Es entonces cuando la familia llama a la auxiliar sociosanitaria para notificarle que su contrato terminaba el 30 de noviembre pero podía continuar viviendo en el segundo piso. Ese mes no debía ingresar el alquiler –habitación por la que pagaba 200 euros–, pero sí a partir de diciembre, junto al resto de gastos –agua, luz, electrodomésticos a reparar–. Baena se puso a llorar. Las condiciones para quedarse fueron demoledoras para ella: “Me sentía muy presionada y muy decepcionada también. ¿Y yo qué voy a hacer aquí si no tengo trabajo?”.

La relación con la familia no era buena; la auxiliar considera su trato como “opresivo”: “‘Apáñate como puedas’, me dijeron”. Junto con las condiciones económicas, la familia le advirtió que la casa se encontraría disponible únicamente mientras el anciano viviera. Baena ya había tenido otros problemas con la familia desde que se activó su permiso de trabajo el pasado 12 de octubre. Ella pidió que se formalizase su contrato laboral, pero sus empleadores se negaron “porque les salía costoso”. Por todo ello, la profesional del hogar y de los cuidados ha demandado a la familia por despido injustificado, sueldo inferior al SMI y por no darla de alta en la Seguridad Social.


 

Las manos de la profesional del hogar y de los cuidados Carolina

 

En la actualidad, Nilka y Mariana, por su condición de migrantes en situación administrativa irregular, no pueden solicitar ninguna de las ayudas posdana facilitadas por las administraciones. No entran en el circuito del sistema, problemática a la que se le suma quedar desempleada y sin derecho a una prestación. Para hacerle frente, la profesional del hogar decidió mudarse a un piso en régimen de alquiler asequible, ubicado en Jalance, cedido por la Generalitat Valenciana. Si ellas han podido acceder a esta vivienda es gracias al padrón, vía por la que también esperan hacerlo a la regularización por circunstancias excepcionales sobrevenidas por la DANA

Mediante este procedimiento, Baena podrá firmar un crédito bancario o un contrato de trabajo. La auxiliar socio-sanitaria desea que su petición sea favorable para cambiar sus condiciones laborales: “Tener todos los derechos de una persona empleada al uso y, así, obtener una estabilidad para poder brindarle un futuro a mi hija”. Al 95% de los solicitantes se las han concedido, según ha señalado la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, en una rueda de prensa.

Esta medida urgente que aprobó el Gobierno central el 11 de febrero y que termina el 14 de mayo prevé que al menos 25.000 migrantes afectados por la DANA en Valencia puedan regularizar su situación, tal y como necesitan Nilka y Mariana, quienes forman parte de las voces del exilio colombiano y, a su vez, de la de los pueblos con piel de barro como Massanassa. Porque en medio de esta catástrofe, que las organizaciones sociales señalan que fue “doble” –la del agua y la del odio–, las personas migrantes perdieron casas, negocios y medios de vida, pero estuvieron ahí. Estuvieron ayudando, pusieron a disposición sus espacios, sus saberes y sus cuerpos. Estuvieron como vecinas y vecinos desde el primer día.
 

Las manos de la profesional del hogar y de los cuidados Carolina sobre una barandilla de su centro de trabajo en Benetússer. Mar Juan

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