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Tania abraza a sus amigas Silvia Ramos y Noura en casa de Ramos, donde organizaron un encuentro de la red de mujeres migrantes de Paiporta. De izquierda a derecha: Silvia, Tania y Noura. Mar Juan 

Tania Elba

Tania llegó desde Uruguay en 2019. Se empadronó en Palma de Mallorca, donde cuidaba a una amiga enferma. Apenas llevaba unos meses allí cuando estalló la pandemia de covid-19, por lo que quedó “atrapada en una isla”. Tras el levantamiento de las medidas de contención, Tania se trasladó al municipio valenciano de Paiporta, donde ya vivía su hija, y cambió su domicilio habitual en el padrón municipal

 

La uruguaya nunca hubiese imaginado que viviría dos emergencias sociales al otro lado del océano. Después de la pandemia vino la "barrancada" asociada a la DANA del pasado octubre, en la que Paiporta estuvo en el epicentro del desastre. Pocos meses antes, Tania, que pertenece a la Xarxa Comunitaria –donde organiza actividades para personas mayores– había iniciado los trámites para regularizar su situación a través de un arraigo social. Pero se había encontrado con muchos obstáculos: documentos que no podía aportar y demora de las instituciones. 

 

Según su relato, le pidieron la trazabilidad de su pensión, que es contributiva y vitalicia, pero ese documento procedente del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de su país tardaba 21 días en llegar a través de correo, plazo en el que ya vencía el trámite. Lo volvió a intentar por segunda vez y sentía que vivía “inquieta” a la espera de una respuesta: “Cada vez que ingresas a Extranjería son siete u ocho meses para una resolución. Y después siempre falta algún requisito”.

 

Pero esta vez, para beneficiarse de la regularización extraordinaria por ser damnificada por la dana no le faltaba ningún requisito. Tania ya ha obtenido la resolución favorable y ahora está esperando la recepción de su NIE. Dice que de todo lo malo se saca algo bueno: “Si no viene la DANA todavía estoy esperando mi último arraigo social”.

 

La tarde de ese 29O, la uruguaya estaba en Picanya, en la estación de metro. Mientras esperaba su tren para poder volver a casa, percibió un ambiente extraño: “Olor raro, viento, nadie a mi alrededor y metros detenidos”. De repente, escuchó un aviso por megafonía: “Por lluvias, los metros no funcionarán más”. Pero ella recuerda que en Paiporta “no había caído ni una gota y hacía sol”

"Si no viene la DANA todavía estoy esperando mi último arraigo social”

 

 

Tania decidió moverse y actuar. Vio un metro en dirección Torrent, uno de los últimos que estaba operativo, así que logró subirse y llegar hasta su municipio. Pocos minutos después de pisar su casa –ubicada cerca del auditorio municipal–, el agua entró al pueblo y un hombre tocaba a los timbres, "desesperado", porque su vida corría peligro. Tania lo acogió y pasó la noche allí. 

 

El barranco del Poyo, a su paso por Paiporta, Picanya, Massanassa y Catarroja, se había desbordado y una ola de tres metros, con una gran fuerza, azotó su municipio: “Fue como un tsunami mecánico, de golpe”. Después se apagaron las luces. Ella destaca que fue un sufrimiento mudo: “El agua fue subiendo y, cuanta más agua, más silencio; cuanto más oscuro, más silencio”. 

 

La uruguaya expresa una preocupación previa por el barranco seco junto a tantos edificios nuevos. Lo había observado tiempo atrás, sin entender por qué se construía allí: “Que lo viejo estuviera sobre el barranco no me extrañaba. Pero ¿lo nuevo? Aquí hay edificios que se inauguraron este año justo al lado”.

 

Para ella, la situación era tan surrealista que esperaba un helicóptero que informara sobre qué estaba pasando. Denuncia la falta de alertas tempranas y de explicaciones técnicas claras. También defiende que, ante una catástrofe como esta, se necesita información disponible para advertir a la población porque “cuando uno analiza los riesgos de las catástrofes, hay señales” y lo compara con los animales en la naturaleza: “Hasta en la selva o en el monte, los animales suben a lugares altos para protegerse de desastres”. Tania siente impotencia: “Tenían que avisar y aquí nadie avisó”.

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