

Nelly Núñez
Nelly frente a una de las casas afectadas por la DANA en su barrio en Albal. Mar Juan
Nelly llegó desde Colombia hace casi dos años, con la esperanza de encontrar una “mejor calidad de vida” junto a su hija, su yerno y sus dos nietas, con los que convive en una vivienda en Albal. En su país perdió a su hijo, que este marzo cumpliría 31 años. Murió asesinado a causa de una bala perdida, cuatro meses después de que Nelly llegara a España. Fue una situación muy dolorosa para ella: “Yo hacía más quedándome aquí que yéndome a Colombia. No quería verlo en un ataúd, sabía que iba a sufrir por allá”. Además, al querer cumplir con la residencia continuada para poder regularizarse, tampoco podía salir del país.
Durante los primeros ocho meses, los cinco vivieron en una habitación alquilada, sin padrón ni acceso a ayudas. "Hasta ofrecíamos pagar para que nos empadronaran, pero nadie quería", recuerda. No fue hasta que Nilka –otra mujer migrante y amiga suya– les ayudó a encontrar un piso en Albal, cuando pudieron empadronarse y empezar a salir del limbo.
El día de la DANA, la colombiana de 52 años recuerda que su hija estaba trabajando en Massanassa, donde estaba empleada como cuidadora interna entre semana, y se había llevado consigo a una de sus nietas porque al día siguiente tenía que ir al médico. Pasaron la noche incomunicadas y no sabían nada ni de ella ni de la niña. La familia esperaba lo peor porque la vivienda estaba cerca del barranco del Poyo.
Así que al día siguiente su yerno se levantó de madrugada para ir a buscarlas y ella hizo lo mismo por la mañana, caminando entre coches amontonados y barro: “Fue un tormento. Parecía un zombi. No sé de dónde saqué fuerza”. Sus nervios y su temor desaparecieron al ver que estaban a salvo: “Sentí un alivio, Dios mío”. Los vecinos de las plantas superiores las habían rescatado.
A pesar de todo, Nelly recuerda la solidaridad de aquellos días: “Hubo mucha ayuda. Tocaban puertas, nos daban comida. Entre los voluntarios había muchos jóvenes y todos nos trataron bien”. Ahora espera que, con la regularización de la que recibió una resolución favorable, pueda hacer realidad sus deseos: “Uno se viene aquí soñando con tener su casa y una vida mejor”.
Pero su mayor anhelo es poder viajar hasta Colombia en el momento en el que trasladen los restos óseos de su hijo a un osario, una tradición de su país que se realiza a los cuatro años de descansar en la tumba: “Qué bien estaría poder ir cuando llegue la hora de sacar a mi hijo. Apenas empiece a trabajar voy a ahorrar para tener mi pasaje”.